jueves, enero 18, 2007

Tal vez la noche

por: Tzinacantli

Sangra la noche dentro de mi espacio oscuro, en ese espacio oscuro que guardo en el bolsillo izquierdo de mi pecho, en ese bolsillo izquierdo que arde de tanto rojo del tinte de mis soledades. Cada noche es la misma pregunta; absurda, incrédula, vil: ¿necesito una luz?. Claro, el miedo, la oscuridad, la no visión. Y que si me quedo a negras tientas, es imposible tomar un lápiz y una hoja en medio de la densidad ciega, es inverosímil la mejor pintura con los mejores lienzos y los más bellos colores en la tela de la nada?. Que encanto ha adquirido la luz en la oscuridad para todos los románticos, para los soñadores, los usureros y en general todos los vivos, es casi como si la oscuridad significara la muerte. Como si la ausencia de un campo de visión con luz se semiotizára cerca del concepto de muerte.

Que culto a la luz se ha generado aún dentro de la oscuridad, que ignominia para la noche, que aún dentro de sus dominios y terrenos soporte el culto a su ausencia (a luz, lo luminoso).

¿Necesito una luz? para qué?, por qué?, para quién?, ¿necesito una luz para ver que luz?, jodido cuestionamiento este el mío, la luz, la perpetuidad, la magia, lo sagrado, la felicidad, el camino, la redención, el perdón, la risa.

Pero aún y con todas las preguntas, aún y con todas las reflexiones, la pregunta sigue siendo la misma ¿necesito una luz?.

Puedo reconocer a mi mujer con el tacto, oler sus poros y reconocerla excitada, húmeda. Probarle todos sus labios y apropiarme de su sabor, porque puedo charlar con el negro en los ojos, porque la luz no hace una diferencia, pues casi siempre hablo solo. Puedo pensar esto que escribo y escribirlo peor o mejor a la luz del día. Puedo cerrar los ojos y no hay mutación, sigo viendo nada.

Puedo caminar y tropezarme, no hay problema, aún con el sol en mi espalda me he dado de bruces. Puedo mostrarme sincero, amante y enamorado, da igual, de cualquier manera nadie cree ya en estos objetos. Puedo tomar una foto para mis recuerdos, así no tendría que recordar nada. Puedo comer mierda de dudosa procedencia, tampoco hay problema alguno, pues también de día lo hago. Podría conquistar amantes que en la oscuridad no me atrevería, pues me ganarían las lágrimas de saberme desconocido en el reflejo, en la mirada que sólo busca luz, porque a todos nos enseñan que cuando la luz se apaga se cierran los ojos y se descansa.

La noche, la oscuridad, lo negro, merecen la oportunidad. Que ganas de poseer a mi dama sin una sola luz, sensibilizando cada llema para no manosear su cuerpo que reclama caricias de mi alma. Que anhelo de no mirarla, de sentir sus labios en los míos y su respiro en mis oídos mientras voy sintiendo el calor de cada micra de su interminable piel color de todas las noches. Que dosis de droga poseerla en el silencio de colores, con fugaces resplandores de luz color de orgasmo, con instantáneos parpadeos de felicidad.

No, aún no se si necesite una luz en la noche, pero quiero no necesitarla la próxima vez que no la mire.

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