Con la lengua de fuera y la respiración agitada, llegué hacerle la parada a la combi que me llevaría al metro pantitlán, como lo hago todas las madrugañanas pa’ llegar a mi chamba. Como es mi costumbre, salude con un buenos días al personal que ya se encontraba abordo, y pa’ no variar, solamente un ñor de edad cansada y casaca color caqui, hizo recíproco el saludo, los demás o escuchando el iPod o de plano valiéndoles gorro. Con una actitud autómata busqué mi lugar pa’ dejarlas caer, y ni pex, que me toca en el banquito de los castigados. Ya instalado, atendí a la inquietud de mi mirada y ¡sopas perico! frente a mí, uno desos accidentes afortunados pa’ amenizar el viaje.
Una figura feminosa de piel láctea, cabellos pigmentados de dorado y menudita (¡chiiido! pienso, como si esa pendejada mental me afirmara que ya se me hizo el bisne con la morra). Ni tardo ni perezoso, cual ñero lujurioso, que empiezo a echarle el lente con lujo de detalle. Así, a la primera, noté una leve sombra pigmentada sobre sus párpados y me imagino que su noche no fue aprovechada pal descanso, tal vez ese pronunciamiento de oscuridad, se deba a que apenas existen rastros de maquillaje en su rostro. Continuo con mi inspección y deduzco que va pa’ la escul (aunque no puedo aseverarlo, pus ahí sí, pa’ que vean, no cheque si en su bolso cargaba con libros, cuadernos, o cosas así, pal estudio).
Con espíritu andariego avance sobre su territorio, me detuve un buen rato en sus manos pequeñas y blanquecinas que sostenían su bolso, de ahí, que se me revelaran sus uñas esmaltadas de un rojo carmesí, igual al de sus labios, éstos, carnuditos y de forma bien definida, el de arriba, con curvita en medio ¡sincho! así como las calcomanías, namás hacía falta que hicieran ¡mua, mua!
¡Ya no hay lugar! gritaron a coro todos los presentes, pues el güey de la combi se había detenido para cargar pasaje, y éste, no se había dado cuenta de que ya iba hasta el ful. Esto ocasionó que me desapendejara de mi carnívoro viaje, fue entonces, cuando sentí que la femimorra se dio tinta de que le he estado echando el lente, pues me puso su cara de fuchi, de ahí, que comienzo hacerle al güey dirigiendo mis ojos a lugares más comunes.
Me dediqué un buen rato a mirar a través de la ventana del colectivo, pa ver si todavía existían sobre la avenida, algunos muros ansiosos de un graffiti aca chido, pero nel, ya no existen, ahora, son puras cortinas metálicas rotuladas con las marcas de los productos que se ofertan en los changarritos (microempresas dijera el güey del Fox en su retórica institucional) que crecieron de chingadazo, así nomás, de la noche a la mañana, pues en estos tiempos, ya no hay chambas dignas y ni el salario permite ya de a perdis, irla pasando.
Después de un guato de hacerle al güey, insistí en mi acecho, pero esta vez, directiiito me fui a topar con su mirada. Sus ojos parecían como si hablaran quedito, si, así como pidiendo la atención de un alma caritativa que recibiera al menos parte de sus penas. Seguí con mi andar visual y como no queriendo la cosa, mire su busto, noté que el volumen de sus senos correspondían con la anchura de sus hombros pequeños, apeeenas y se hacían notar un par de carpitas que me apuntaban, como diciendo que era Yo, el elegido. Mi inquietud jacarandosa no terminó ahí, y llegué hasta sus piernas (no cheque lo demás pus ya estaba sentada) cubiertas por sus yins, veo que están bien nutriditas, pus ni le dan chance al aire de que se pasee en sus adentros, no se si regordetas sea la expresión correcta para esas carnes merecedoras de mis manos tentoniches. Llegué a la conclusión de que también es de cadera un poco ancha, digamos un poco frondosita.
Así me la pasé un buen guato degustando de esa ternerita alucinógena, hasta que el chofer empezó anunciarnos que le pasáramos los pasajes, pues ya mero llegaba a su destino. Antes de bajar, todavía alcancé a mirar sus pies pequeños que descansaban en unos huaraches claros con una insignia en forma de flor.
Una figura feminosa de piel láctea, cabellos pigmentados de dorado y menudita (¡chiiido! pienso, como si esa pendejada mental me afirmara que ya se me hizo el bisne con la morra). Ni tardo ni perezoso, cual ñero lujurioso, que empiezo a echarle el lente con lujo de detalle. Así, a la primera, noté una leve sombra pigmentada sobre sus párpados y me imagino que su noche no fue aprovechada pal descanso, tal vez ese pronunciamiento de oscuridad, se deba a que apenas existen rastros de maquillaje en su rostro. Continuo con mi inspección y deduzco que va pa’ la escul (aunque no puedo aseverarlo, pus ahí sí, pa’ que vean, no cheque si en su bolso cargaba con libros, cuadernos, o cosas así, pal estudio).
Con espíritu andariego avance sobre su territorio, me detuve un buen rato en sus manos pequeñas y blanquecinas que sostenían su bolso, de ahí, que se me revelaran sus uñas esmaltadas de un rojo carmesí, igual al de sus labios, éstos, carnuditos y de forma bien definida, el de arriba, con curvita en medio ¡sincho! así como las calcomanías, namás hacía falta que hicieran ¡mua, mua!
¡Ya no hay lugar! gritaron a coro todos los presentes, pues el güey de la combi se había detenido para cargar pasaje, y éste, no se había dado cuenta de que ya iba hasta el ful. Esto ocasionó que me desapendejara de mi carnívoro viaje, fue entonces, cuando sentí que la femimorra se dio tinta de que le he estado echando el lente, pues me puso su cara de fuchi, de ahí, que comienzo hacerle al güey dirigiendo mis ojos a lugares más comunes.
Me dediqué un buen rato a mirar a través de la ventana del colectivo, pa ver si todavía existían sobre la avenida, algunos muros ansiosos de un graffiti aca chido, pero nel, ya no existen, ahora, son puras cortinas metálicas rotuladas con las marcas de los productos que se ofertan en los changarritos (microempresas dijera el güey del Fox en su retórica institucional) que crecieron de chingadazo, así nomás, de la noche a la mañana, pues en estos tiempos, ya no hay chambas dignas y ni el salario permite ya de a perdis, irla pasando.
Después de un guato de hacerle al güey, insistí en mi acecho, pero esta vez, directiiito me fui a topar con su mirada. Sus ojos parecían como si hablaran quedito, si, así como pidiendo la atención de un alma caritativa que recibiera al menos parte de sus penas. Seguí con mi andar visual y como no queriendo la cosa, mire su busto, noté que el volumen de sus senos correspondían con la anchura de sus hombros pequeños, apeeenas y se hacían notar un par de carpitas que me apuntaban, como diciendo que era Yo, el elegido. Mi inquietud jacarandosa no terminó ahí, y llegué hasta sus piernas (no cheque lo demás pus ya estaba sentada) cubiertas por sus yins, veo que están bien nutriditas, pus ni le dan chance al aire de que se pasee en sus adentros, no se si regordetas sea la expresión correcta para esas carnes merecedoras de mis manos tentoniches. Llegué a la conclusión de que también es de cadera un poco ancha, digamos un poco frondosita.
Así me la pasé un buen guato degustando de esa ternerita alucinógena, hasta que el chofer empezó anunciarnos que le pasáramos los pasajes, pues ya mero llegaba a su destino. Antes de bajar, todavía alcancé a mirar sus pies pequeños que descansaban en unos huaraches claros con una insignia en forma de flor.
por: Peyotlapiani
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